
El 13 de febrero del año 1981, Joxe Arregi, horas antes de fallecer a consecuencia de la heridas provocadas por las brutales torturas sufridas, pronuncio aquel ya conocido “oso latza izan da” (“ha sido muy duro”). Desde entonces, cada año, se celebra el Día Contra la Tortura en Euskal Herria. En este día recordamos a quienes padecieron aquel infierno, a las mujeres y hombres a las que el Estado vulneró sus derechos con la mayor de las crudezas imaginables. [...]
La iniciativa no tendrá continuidad, pero deja un poso significativo, además de una imagen inédita. Víctimas de diferentes expresiones violentas del conflicto vasco revelaron ayer que han participado en un proceso de reflexión y puesta en común de sus experiencias, que fue iniciado en 2007. Dejan como legado un texto que derriba barreras y tabúes, y animan a la sociedad a emprender «una revisión autocrítica» en pos de «la verdad y la justicia». Recuperamos el artículo de Gara de este domingo por su evidente interés. 2012-08-01 22:36:14[...]

El aplauso espontáneo pero muy rotundo con el que cerraron la rueda de prensa evidenció la satisfacción de todas estas víctimas por haber transmitido su testimonio a la sociedad vasca. La fotografía conjunta provocó sorpresa, más aún cuando se reveló que estas personas que han sufrido violencias de distinto signo han compartido sus experiencias en un sigilo absoluto desde 2007.
La iniciativa, denominada Glencree por la localidad irlandesa en que se celebró el primer contacto en una fase de duro enfrentamiento armado, ha evolucionado desde entonces, con otros dos contactos, hasta llegar a un nuevo tiempo político en el que han decidido darla a conocer. Su aspiración no va más allá y de hecho el acto de presentación fue al mismo tiempo el de despedida. Esta dinámica ha progresado con la obsesión de evitar manipulaciones de tipo político o mediático que consideraban inevitables una vez que saliese a la luz. Y, en consecuencia, ayer anunciaron que «su tarea ha terminado».
Más que en el mensaje, la noticia está en la propia experiencia. Y cómo no, en sus protagonistas y los casos de sufrimiento que representan. Solo por dar algunos nombres, en la iniciativa han cruzado testimonios y opiniones, más humanas que ideológicas, personas como Edurne Brouard -hija de Santi Brouard, muerto por los GAL-, Trini Cuadrado -viuda de Miguel Arbelaiz, militante de HB que murió a manos del BVE-, Amaia Guridi -viuda de Santiago Oleaga, muerto a manos de ETA-, Patxi Elola -concejal del PSE de Zarautz víctima de numerosos ataques-, Mikel Paredes -hermano de Jon Paredes Manot, uno de los últimos fusilados por Franco-, Jaime Arrese -hijo del dirigente de UCD del mismo nombre abatido por ETA-, Fernando Garrido -hijo de Rafael Garrido, gobernador militar de Gipuzkoa muerto a manos de ETA junto a su madre y su hermano pequeño-, Santos Santamaría -padre de un mosso d'esquadra del mismo nombre muerto en atentado de ETA-, Lurdes Zabalza -hermana de Mikel Zabala, aparecido muerto en el Bidasoa cuando estaba en manos de la Guardia Civil-... En total, casi una treintena.
Como portavoces del grupo ejercieron ayer Axun Lasa -hermana de Joxean Lasa, secuestrado y muerto por los GAL en 1983- y Mari Carmen Hernández -viuda de Jesús Mari Pedrosa, concejal del PP de Durango al que mató ETA en 2000-.
La experiencia fue impulsada desde la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno de Lakua, pero tras su arranque se conformó un grupo técnico que asumió la coordinación y quedó formado por Galo Bilbao, Julián Ibáñez de Opacua y Carlos Martín Beristain. Dejaron claro que la iniciativa tomó vida propia a partir de ahí y que los participantes han sido quienes han ido decidiendo qué dirección tomaba. Todo ello, en tres rondas de contactos absolutamente secretas y blindadas en un espacio de confidencialidad y tranquilidad totales: la primera fue en Glencree y la última en Santa María de Mave (Palencia), hace ya más de un año.
El mensaje
Aunque no era su intención inicial, llegados a este nuevo tiempo político los participantes han decidido compartir con la sociedad algunos mensajes básicos que vienen a aportar luz sobre la cuestión de las víctimas.
«No nos identificamos con definiciones y conceptos que se utilizan habitualmente para describirnos, ni nos gusta cómo se habla de nuestra realidad, que es plural y diversa», explican en primer lugar.
En su reflexión, han logrado establecer unos rasgos comunes: su condición de afectados por la violencia, «que causó un sufrimiento injusto y prolongado», y el sufrimiento posterior derivado de «la negación, el olvido o el abandono por parte del perpetrador».
Su conocimiento experiencial les lleva a «proclamar que la violencia padecida por todos nosotros es injustificable y que por ello demanda el cumplimiento y la satisfacción de derechos para todos de manera equitativa». Consideran «deseables y necesarios los gestos de reconocimiento del daño causado y la asunción de responsabilidad». Y concluyen invitando a la sociedad a «su propia revisión autocrítica del pasado mediante un compromiso ineludible con la verdad y la justicia».
La experiencia
Como legado de Glencree queda también un relato sobre la experiencia misma, en el que aparecen ideas novedosas y quizás sorprendentes. Así, explican que el comienzo «fue tenso; saludabas y te quedabas ahí». No sabían cómo iban a reaccionar ellos ni quienes les escuchaban. Cada uno contó su drama personal: «En ocasiones se dijeron frases horribles y hubo momentos muy duros. A algunos nos entraron ganas de dejarlo. También fue duro, muy duro, escuchar. Llegaba muy adentro, porque lo que se escuchaba revolvía lo que cada uno y cada una tenemos ahí».
Los testimonios dieron paso a acercamientos y, luego, a la búsqueda de un lenguaje común. Se habló largo y tendido de conceptos como reconocimiento y reparación. Hubo lágrimas y abrazos, acuerdos y desacuerdos. A la vuelta a casa, les quedaba una pregunta: «¿Esto es algo que termina aquí? ¿Es aplicable en nuestros pueblos y ciudades?». No aspiran a dar lecciones a nadie, pero sí han decidido contar la experiencia.